Él

Las extremidades le pesaban, los párpados no se despegaban y en su pecho sentía mucha presión. Miren abrió los ojos y se percató de que se encontraba en el sofá de su casa. Su cuerpo tiritó. Hacía demasiado frío.

Tardó unos instantes en desperezarse. Buscó el reloj del salón. Las 21:24h. Un momento… ¿Qué había ocurrido? ¿Había sido un sueño? Entonces fue consciente. Un hombre con botas negras estaba sentado frente a ella, justo en el sillón en el que alguien muy importante para ella descansaba cada atardecer.

Miren quedó perpleja. Ese rostro arrugado, esas manos trabajadas, esa mirada llena de calor y paz. Era él. No había otra posibilidad. Tenía que ser él.

-Hola, pequeña—su voz sonaba grave y familiar—Por fin puedo verte.

El hombre la miró fijamente y ella sintió ganas de llorar. Tuvo que parpadear y pellizcarse la piel cuidadosamente para cerciorarse de que no estaba soñando.

-¿Eres tú, papá?

-Me ha costado mucho llegar a ti, no te imaginas cuánto. Pero aquí estoy de nuevo. Viendo cómo has crecido estos años.

Miren intentó articular palabras, pero su mente no conseguía ordenar las frases. Todas sus ideas habían formado un batiburrillo sinsentido. Tuvo que callar unos segundos para continuar hablando:

-¿Eras tú todo el rato?—interrogó ella con una cascada de lágrimas a punto de desbordar.

-Sí, pero no conseguía llegar del todo al mundo terrenal. He tenido que traerte a uno intermedio. Espero que me perdones. No quería hacerte sufrir de esta manera.

-¿Estoy soñando?—preguntó con las cejas arqueadas por la curiosidad. Un fuerte dolor le golpeó el cráneo.

-Podría decirse que sí. Sí y no.

Ambos volvieron a mirarse fijamente. Las pupilas de su padre irradiaban felicidad y cariño. Miren se levantó:

-¿Qué eres?—dejó unos segundos que él pensara la respuesta—¿Te puedo abrazar?

-Por desgracia no, esto no va así. En realidad, yo no estoy aquí. Estoy y a la vez no. Tú tampoco estás. Es difícil de explicar. Solo lo entenderás cuando llegues.

-¿Cuánto tiempo tenemos?—dijo preocupada.

-No mucho, por eso quiero hacerlo rápido—aquella frase alertó y preocupó a Miren.

-¿Qué quieres hacer?

-Cuando todo ocurrió, pude despedirme de todos. Menos de la persona a la que más he querido y de la que más deseé hacerlo. Lo siento.

Decenas de lágrimas formaron un río sobre el rostro de Miren mientras su barbilla sufría un terremoto a gran escala. Sus párpados chocaron los unos contra los otros a la vez que su mente recordaba aquellos momentos pasados tan sufridos. Intentó contener el estallido.

-Pero estoy aquí para cambiar eso. Solo tenemos un minuto.

-No puedo hablar. Papá, no pued…—cejó y rompió a llorar.

-Ya contaba con eso. No te preocupes. Deja que hable yo—Miren asintió limpiándose las lágrimas.

-Aquel día no pude decirte que te quiero más que a nada en este mundo. En este y en el que estoy. Aquel día tampoco pude decirte que cuando naciste me cambiaste la vida. Desde entonces todo fue a mejor. Cada mañana me levantaba y tu sonrisa me alegraba el día. Fuiste una niña tan buena… Y de mayor… Has conseguido formar una vida adulta y con futuro. Tienes principios férreos y no puedo estar más orgulloso de ti.

-Papá—interrumpió mientras se acercaba a él—Eres lo mejor que he tenido. Pienso en ti cada día. Nunca se lo he contado a nadie, pero desde que te fuiste, no vengo aquí a desconectar. Vengo aquí a conectarme contigo. Siempre he sentido que este era nuestro lugar. Y sé que ahora lo será más que nunca.

-Te quiero tanto, Miren.

-Y yo a ti, papá.

En aquel instante, el reloj del salón sonó: Doooon. Doooon. Las 21:25h.

-Me tengo que ir, mi vida—una ventolera abrió la puerta de golpe. El interior de la casa comenzó a arremolinarse y ambos se vieron obligados a gritar sobre los truenos que retumbaban.

-¿Volverás?

-Lo siento, pero esta era la única oportunidad que tenía.

-Papá, ¿qué hay donde tú estás?

-Solo te puedo decir que estés tranquila. En un futuro nos reuniremos. Pero aún queda mucho. Disfruta de tu vida. Te quiero, mi pequeña.

-Gracias, papá. Te quiero.

La tormenta aumentó su agresividad y, de repente, todo se volvió negro. Miren sintió las gotas de lluvia golpear en su rostro. Abrió un ojo. Permanecía tumbada bocarriba sobre la arena, junto a las escaleras del porche. Se incorporó y sintió algo extraño. Mejor dicho, se percató de que había dejado de sentirlo. Desde hacía años llevaba sobre ella un peso enorme, no sabía definirlo, que le impedía caminar hacia delante y que aumentaba en decenas sus kilos. Y en aquel instante había desaparecido. ¿Había sido real? Para ella sí, y eso era lo único que importaba.

No le incomodó la lluvia. Miren se levantó y caminó hacia la orilla. La tormenta se había suavizado. Por fin lo había podido hacer. Por fin se había despedido de él. Tan solo había necesitado un minuto más.

FIN