«El sol brilla. Y qué. Si no hay forma de disfrutarlo. Fíjate. Tan solo se distingue una diminuta nube en todo el cielo azul. Ojalá se multiplicara por 1000 para cubrir de norte a sur y de este a oeste. De esa manera, no tendría tantas ganas de abandonar estas cuatro paredes de piedra. Siento que un dolor en el pecho me arrolla.

Mejor me aparto de la ventana. Aunque, en realidad, no es una ventana. Es un hueco con dos líneas de acero en forma de cruz. Su único objetivo es que no me escape de aquí. De vez en cuando algún rayo se asoma tímido. Al principio, acudía raudo y veloz para impregnarme de su calor. Pero ahora, tantas y tantas semanas después, lo evito. Cuando me quedo dormido en la cama, el único objeto y mueble que tengo a mi alrededor junto con el lavabo y el váter, y la luz toca mi piel, siento cómo me abrasa. Como cuando arrojas un filete de pollo a la sartén y comienza a hacerse. Ese sonido y ese humillo que asciende. Exactamente igual. Esa es la sensación que tengo. Ay, pollo… Tengo hambre. ¿Cuándo me traerán hoy la comida?

A mi alrededor no hay nadie. No puedo hablar. Tan solo lo hago conmigo mismo. No tengo ningún libro para leer, ni ninguna hoja en la que escribir. Aunque, si soy sincero, tampoco me apetece. Con el paso del tiempo, he perdido las ganas, la motivación.

¿Qué hora será? El reloj seguirá corriendo en todo el mundo, pero aquí dentro, no. Las cuatro paredes de piedra que me rodean permanecen inertes, las manecillas no transcurren para ellas. No se inmutan. Y eso que las golpeo mucho. Cada día. A la misma hora. Mi ataque de ansiedad. La mente comienza a acelerar, decenas de pensamientos se agolpan en mi interior y, de repente, todo sale. Boom. Explosión. Gritos. Lágrimas. Falta de aire. Y mucha desazón.

Quizá hayan pasado cuatro semanas. O quizá, cuatro años. Es difícil saberlo desde aquí dentro. Me guío por las horas de sol. De momento he contado 30 noches. Pero quién sabe. Seguro que algún día no he sido consciente… Seguro.

Recuerdo la última vez que me miré en un espejo. Había quedado para salir y me estaba vistiendo. Pero eso también ha cambiado. Ahora tan solo puedo observarme de pecho hacia abajo. Debo estar horrible… Pero, por lo menos, si hay algo positivo en todo esto, es que me han salido unos abdominales alucinantes… De no comer, claro.

Cada mañana me despierto cuando los rayos me abrasan la cara. Me aseo, hago flexiones y abdominales y espero a que me traigan la comida. Al inicio era horrible. Pero cuando llevas tanto sin beber un buen cola cao, masticar una pizza o un plato de pasta, cada alimento sabe a manjar. Y sí, se trata del mejor momento del día.

Hoy están tardando demasiado. Tiene que ser mediodía. O quizá el tiempo se me esté pasando más lento entre tanto pensamiento. Debo parar. Pero necesito hablar con alguien, aunque esté en mi cabeza. Aunque tan solo me escuche. Desahogarse es pura supervivencia. Bueno, un ratito más… Ojalá pudiera escribir todo esto en una hoja y que alguien me leyera en alguna parte del mundo. Pero cada palabra muere cada vez que nace otra. Qué crueldad.

Un momento. Oigo un ruido. Comida. Miro a la puerta hasta que la rejilla de abajo se abre. Un plato con algo que parece sopa. Acudo raudo y lo cojo. Me coloco en una esquina de la habitación, me siento en el suelo y empiezo a beber. Sabe a basura, pero qué más da. Es algo que llevarse a la boca. Algo para llenar el estómago. Mis pensamientos se detienen. Y el dolor de cabeza desaparece unos instantes.

Dejo la bandeja en el mismo lugar en el que la había recogido. Y ahora qué. Lo mismo de cada día. Después de comer, no hay nada que hacer. Y como no pare ya de hablar conmigo mismo, la cascada llegará de un momento a otro. Así que quizá es mejor despedirse por hoy.

No sé cuánto llevaré aquí. Ni sé quién me ha encerrado. Pero sí sé que el mundo ha cambiado. Ya no es como el que conocí antes de entrar. Y, en realidad, eso debe ser algo bueno. Si consigo salir de estas cuatro paredes de piedra, si lucho contra mí y gano, si venzo todo lo que bulle en mi interior y si logro conocerme mejor y aprender, habré obtenido la mayor victoria que se puede tener en una vida: la libertad de saber lo que uno quiere ser.

Aguantaré»